sábado, 9 de enero de 2010

El regalo de la sirena



Todas las tardes de junio, Alena la sirena, emergía del fondo del mar para contemplar el ocaso, pues en verano son mucho más bellos. Le gustaba ver cómo los delfines saltaban por encima del sol, mientras éste a paso lento, parecía sumergirse en la mar. 

Recostada sobre una piedra, con su cola chapoteando las olas, contaba historias de humanos a sus amigos peces, un par de gaviotas trenzaban su larga y hermosa cabellera adornándola con flores y madreselvas que llevaban de la isla cercana.

Un día, antes del crepúsculo se aproximó a la playa para observar sus alrededores, llegó hasta el muelle, desde allí vio las luces del pueblo y alcanzó a escuchar sus ruidos, le parecía fascinante la idea de tener contacto con ese mundo el cual era tan distinto al suyo. Suspiró un par de veces y al momento de volver al fondo del mar escuchó sollozos muy cerca, tan triste le pareció aquel lamento que decidió investigar su origen.

Vio una figura desaliñada caminando lento, en su semblante se dibujaba el dolor. Por instantes secaba las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Alena sintió estremecer su corazón y no pudo evitar acercarse a la orilla.

-¡un humano! exclamo para sí.
Se armó de valor y se dirigió a él:
-¿qué podría causarte tanto pesar al punto de hacerte llorar?

El humano, que era un joven aldeano, se sorprendió al saber que no estaba solo y más cuando vio a Alena, quien pensó sería alguna muchacha que nadaba a esas horas.

-Agradezco tu preocupación, pero estoy bien, puedes nadar tranquila.

-Tus lágrimas dicen lo contrario, no temas, me gustaría ser tu amiga, soy Alena.

El joven en un arranque nostálgico, confío en Alena.
-Me llamo Matías y cuentas con mi amistad también. Ven, sal del agua, haré una fogata para que conversemos.

Alena sintió confianza con Matías y le reveló el resto de su cuerpo.

-¡Vaya, una sirena! Me honras con tu compañía y puesto que has sido amable conmigo te diré lo que me sucede. Sufro porque mi corazón ha perdido la ilusión de amar, estoy tan triste que desearía sumergirme en el mar y no volver a tierra jamás.

La sirena le escuchaba afligida mientras sus ojos recorrían el rostro del joven, no tardó mucho en enamorase de él, nació en ella el deseo de aliviar la pena de Matías. Platicaron un buen rato y antes de partir, cantó para él unas melodías con su bella voz, luego se despidió pidiéndole volver a ese lugar al día siguiente a la misma hora.

Alena dio un salto hacia atrás y se zambulló en el mar. Nadó lo más rápido que pudo, fue a buscar a Maurena la hechicera, una morena que vivía al fondo de una grieta escondida tras algas y rocas, le pediría hiciera un conjuro para desaparecer la tristeza de Matías.

Maurena prometió a la sirena hacer el conjuro a cambio de su hermoso cabello, el que utilizaría para adornar la entrada de la gruta, y también su blanca y tersa piel con la que la hechicera se vestiría, entregando a Alena su arrugado y oscuro pellejo.

A la vez hizo una advertencia:
-Si ese hombre aparece, sabrás que podría romper tu corazón al despreciar tu apariencia y alejarse de ti, o podría tomarse el tiempo para descubrir la bondad de tu alma y vivir felices ambos. Todo depende de la nobleza de tu amado. Si no aparece luego del crepúsculo, morirás, y en tu lugar quedará una concha, pero el conjuro aún así, hará efecto, y la tristeza de Matías se habrá ido.

-Cruel es tu sentencia y mucho ha de ser el sacrificio, sin embargo, acepto, dijo Alena.

Maurena pronunció el conjuro, y al finalizar, un remolino azul envolvió a la sirena lanzándola de golpe fuera de la gruta, ya sin cabello y con la fea piel de la morena. Alena al verse, lloró amargamente. Al día siguiente, segura del corazón puro de Matías nadó hacia la playa.

Cada minuto se convertía en una helada gota de sudor que la angustia le provocaba. El sol inició su descenso en busca del abrigo del mar, pronto los delfines no saltaron más, las gaviotas buscaron su nido y las sombras iban cayendo sobre el pueblo.

Alena con los ojos cansados de buscar a su amado y con el corazón destrozado se posó sobre un tronco roído a la orilla de la playa, y con el último suspiro del sol, murió, quedando en su lugar una hermosa concha nácar, justo como la hechicera había dicho.

Matías apareció minutos después. Pasado un tiempo llamó varias veces a Alena dirigiendo sus gritos al mar, sin obtener respuesta alguna. Una marcada tristeza se apoderó de su corazón y quiso sentarse un momento; lo hizo en aquel tronco donde la sirena había perecido. Se percató de la hermosa concha, la tomó entre sus manos y ésta se abrió, justo en ese momento una cálida brisa lo envolvió y escuchó a lo lejos una dulce melodía en voz de Alena, reconoció el brillo de sus ojos en la hermosa perla y comprendió el sacrificio de amor que ella hizo, devolviéndole con ello la ilusión y las ganas de vivir.



© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
Valor educativo: Amor, Bondad, Imaginar, Soñar.