sábado, 20 de noviembre de 2010

Lita, la milpita

Allá por el altiplano occidental de Guatemala, vivían en una casita de lepa y tejas de barro, Timo y su familia. Todos los días, antes de que el sol amaneciera sobre las parcelas de Timo, éste ya estaba abonando sus siembras y haciendo nuevos surcos con la ayuda de su arado, el cual es tirado por un viejo pero manso buey. Va dejando tres semillitas de maíz en cada agujero que hiende en el suelo. Atrás de Timo va Memo, su hijo, quien utiliza su pie a modo de pala para cubrir con tierra las semillas de maíz. Memo trabaja con su padre por las mañanas y en las tardes asiste a la escuela primaria.

Mientras, en la humilde vivienda, María, la esposa de Timo, junta leña para hacer el fuego y poder cocinar el desayuno. Lupita de ocho años de edad es toda una mujercita, hacendosa y obediente. Ella ayuda a su madre con las labores de la casa. Se levanta muy temprano para recoger los huevos del gallinero y alimentar a los animalitos. Pone la mesa y muy animada sale a buscar a su padre y hermano para que vayan a comer todos juntos. Después de los oficios del hogar y el campo, los niños terminan sus tareas escolares y tienen tiempo suficiente para jugar entre los sembrados.

Cada día emocionados contemplan cómo crecen las matitas, y tanto ellos como sus padres tienen todas las esperanzas puestas en esa cosecha. Meses después están las milpas muy altas, casi listas para ser cosechadas. Entre las plantas murmuran su descontento por estar sembradas y de pie tanto tiempo sólo para luego ser devoradas por las personas. Lita, una de las milpitas, es la más optimista y anima a sus hermanas a crecer lo más que puedan. Les hace ver que son importantes en la existencia de esas personas y de la vida misma y que no hay nada más emocionante que cumplir a cabalidad con la misión que tienen destinada.

Lamentablemente ese año el invierno se adelantó y pronto se sintieron los fuertes vientos del norte. Lita pedía a sus hermanas aferrar sus raíces a la tierra para que los vientos no las doblegasen. Sucedió entonces que las lluvias empezaron a caer prematuramente copando los ríos y lagunas de la comunidad. Rápido las aguas se salieron de su cauce arrasando cuanto sembradío encontraran a su paso. Lita veía como una a una las otras milpas se desprendían del suelo y se iban flotando sobre el río. Recordaba las sonrisas de los niños cuando jugaban a su alrededor, la alegría con que éstos esperaban la gran cosecha. Todo esto hizo que Lita tuviera la suficiente fuerza para no dejarse arrastrar por el agua. Timo hizo lo posible por proteger sus plantaciones, sin embargo fue en vano.

Luego de tres días de lluvia el sol al fin asomó tras las montañas. Con una pena abismal en el corazón se dieron cuenta de la gravedad de su situación al recorrer en silencio aquel devastado lugar que ahora sólo era lodo y charcos de agua sucia.

Cuál sería su sorpresa que al llegar al maizal vieron una milpa casi inclinada sobre el lodazal. Era Lita, quien fatigada por su esfuerzo de sobrevivir, resguardaba con sus hojas todas las mazorcas asidas a su tallo. Todos corrieron y vieron que se había salvado, que había permanecido con sus raíces fijas en lo profundo de la tierra, y supieron entonces, que no todo estaba perdido.

Los granos de Lita sirvieron para reconstruir el maizal, y fue tan grande la abundancia de su fruto que la cosecha duró hasta el año siguiente.

© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
Ilustración de Paula Mazariegos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Inocencia




















En la foto: Alis, Alejandrita y Andrés
A mis sobrinos, con amor.


En ti se recrea la vida y se viste de sencillez el alma.

Esparces sonrisas al paso dibujado en la mente latidos de muñecas de trapo que pestañean fantasías azules, o el relinchar de caballitos de madera que galopan por las vastas cordilleras de la imaginación.

Estampas de arcoíris la primavera, y salpicas las noches con cantos de grillos, temores vanos, pucheros, y oraciones a medias.

Vas plantando sueños en jardines blancos donde florecen alegres hierberas que juegan rondas con los árboles y tortolitas, y entre vientos arremolinados de ilusiones, rayas la inmortalidad del cielo con avioncitos de papel.

Corres descalza por verdes sendas, tejiendo coronas de azahares y adornando con estrellas, diademas y barquitos de colores.

Cobijas a la voz cándida que todo espera, al llanto embustero que todo consigue, a la mirada ensoñadora que eleva al espíritu en una cometa de nacarado tisú.

Qué diera porque no te fueras de prisa, porque no llegara el otoño y sus fuertes aires, para que sólo supieras de mariposas y hadas, de intrépidas hazañas y raspones infectados, de pies descalzos colgando en barandas y rostros enmelados, de cuentos con melodías de orquesta y finales felices, de crayones partidos a la mitad y dibujos surrealistas. Qué diera porque no se apague nunca el brillo en tus ojos, por sentir siempre tu beso sincero y el calor de tus palabras al pronunciar un te quiero.

Por lo pronto, me adueño de tu presencia, Inocencia, y disfruto de esas pequeñas cosas que se toman un día en crearse, y toda la vida en desaparecer.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
 

domingo, 10 de octubre de 2010

Lyra y su constelación


Lyra era una estrellita joven, de apenas unos tres millones de años de edad. Cada día su madre le permitía abandonar su nebulosa para salir a jugar con las estrellas y luceros vecinos, pero era su obligación volver antes del crepúsculo. Y así lo hacía cada atardecer. No obstante, se preguntaba constantemente por qué no podía salir de noche, si todo era maravilloso a esa hora, había tanta luz y colores y miles de astros paseándose por el firmamento.

Un día, al volver a su casita, esperó un descuido de su madre y salió a hurtadillas. Se escondió tras un satélite y con asombro contempló todo lo que sucedía en el universo. Observó planetas imponentes adornados de plateadas lunas, cometas y asteroides retozones y miles de estrellas que centelleaban alegres con todo esplendor.

Tal sería su sorpresa al descubrir a sus amigos con los que salía a jugar todos los días; éstos, junto a sus familias creaban hermosas figuras ¡eran constelaciones! Y comprendió que debía volver a ocupar su lugar con orgullo, pues sin ella, su constelación estaría incompleta. Además, se enteró que es observada desde la Tierra por las personas, quienes la admiran por su belleza.

Desde entonces, antes de que llegue la noche, deja el juego y sale corriendo al lado de su familia para brillar con mucha intensidad para que tú la puedas contemplar formando su propia constelación.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

viernes, 1 de octubre de 2010

Avecillas de perpetuo vuelo


















A: Alicia, Alejandra, Andrés, Katia y Antonio, mis preciosos colibríes, con amor

Bodoquitos llenos de impaciencia
y pestañitas de inquietas primaveras
van agitando con frenesí
sus tornasoles alas de colibrí
alumbrando el alma con su inocencia.

En piraguas de azul ensueño
adornadas con musgo y heno,
mariposas y hierberas de colores
navegan en un cielo de ilusiones
avecillas de perpetuo vuelo.

Un himno con eco sonoro de alegría
se enreda entre el otoño y su hojarasca,
cuando con su sonrisa infantil todo abarca
y nos recuerda que la vida es una analogía,
una moneda que se gasta en un nuevo par de alas,
pero que bien vale la pena vivirla día a día.



© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

miércoles, 23 de junio de 2010

Maestra



·Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”
Pitágoras


A mi hermana Fátima, con infinito amor y admiración

Tus manos cultivan un jardín de orquídeas
que la tierra del Quetzal te ha confiado,
pequeños retoños inventores de sueños, hoy
forjadores de eternas primaveras, mañana.

Te caracteriza la humildad del sabio,
la paciencia y bondad del santo,
la ternura de una madre,
la alegría, paz y esperanza del olivo.

Con sapiencia nutres de entendimiento y ciencia
a tus pequeños niños;  tímidos llegan a ti
sumergidos en indoctas tinieblas
que la antorcha encendida de tu saber guiará.

Más que la razón educas el corazón,
pues es la única educación que trasciende.
Rompes esquemas por encima de la norma
para instruirles con amor, caridad y ejemplo.

En tu rebosante espíritu mora la ilusión,
no conoces de amargura ni soberbias,
lactas tu alma de orgullo y satisfacción
al beso enmelado que en agradecimiento recibes.

En tropel de algarabía las sonrisas pícaras
y travesuras en el aula colman tu día;
conviertes aquel salón en segundo hogar
donde priman los valores y la identidad.

Maestra, tu ardua labor es loable,
tu esfuerzo en lontananza es reconocido
por tus pupilos, hombres y mujeres de bien
que eternizan tus enseñanzas en doradas orlas del tiempo.



Foto: atardecer en la Antigua Guatemala, al fondo los Volcanes de Fuego y Acatenango.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

domingo, 23 de mayo de 2010

Reflejo






















Foto:"Espejo de un árbol"
Lugar:Chicamán, El Quiché, Guatemala
Artista:Edgar Guzmán


Religiosa se aferra una rama de hiedra a la leñosa piel de un cedro dormido. Grácil asoma sus hojas al lago para ver el reflejo de ambos juntos. Asida a su árbol danza feliz un vals que el rumor de la lluvia interpreta para ellos. Una gota de agua podría inundar el espacio que hay entre ella y su deseo de permanecer eternamente al lado de aquel cedro.

Sobresaltada se desliga del tronco al notar que éste despierta.
-no te detengas, dice el cedro con soliviantada voz.
-¿no ves que con tu abrazo perfilas mis fisuras?
Ya sin estos segados trozos podría acariciarte mejor.

La hiedra enamorada sueña un instante: ¡cuán grande sería la caricia de su árbol! mas un vago temor la impulsa a mentir.
Rizando sus sarmientos en señal de aflicción, responde:
-mi hermoso árbol, me parece que estás equivocado, yo no me he acercado a ti, seguramente habrá sido un sueño  o quizá fue el viento de la alborada quien te rozó, lamento decirte que yo no te he abrazado.

El cedro enmudece el estrujar de sus ramas…

Desde el dosel frondoso de aquel árbol -que es todo su bosque- ondea trémula la hiedra, ocultando un sentimiento en el corazón de sus hojas, viendo su reflejo cada ocaso en el lago e imaginándose junto a su amado, soñando tiernas caricias con aroma a cedro y rocío.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

viernes, 14 de mayo de 2010

Memorias

Amar las pequeñas grandes cosas de la vida

Mi Padre

Desde niños mi padre se ocupó en inyectarnos el amor y respeto por la Vida, la Naturaleza, el Universo -entre otras cosas- y a creer en un Ser Supremo como energía pura que nos acompaña cada día. Nos enseñó a no ver a nadie por debajo del hombro. A compartir la mesa con alegría y por qué no, el techo, sin hacer distinción sobre las personas. A valorar la familia, el trabajo y a los pocos, pero buenos amigos.

Aplicaba en casa educación militar. Cuando él hablaba nos “cuadrábamos” en línea para recibir la instrucción y ¡ay! de nosotros si no cumplíamos con su mandato. Recuerdo que una mirada suya bastaba para que nos comportáramos debidamente en público. Cada noche revisaba las tareas del colegio, si algo no le parecía nos hacía repetir el trabajo. Antes de dormir, nuevamente formados ante él, pasaba revisión de dientes y uñas, luego nos bendecía con una cruz en la frente y un beso. Era lo que más me gustaba del día, su beso. Supo poner en balanza sus métodos de formación y esto hizo que lo viéramos -y veamos- como nuestro ícono a seguir.

Teníamos horario para todo y claro, para divertirnos también ¡ah! cuántos juegos inventamos con mis hermanos. Mi padre nos hacía barriletes con baritas de bambú, papel de china de colores y una larga cola de manta. Guardo su bella imagen corriendo por la loma con una enorme sonrisa elevando el barrilete.

Los domingos después de almuerzo siempre nos narraba anécdotas de su juventud. Tremendo diablillo que les sacaba canas verdes a mis abuelitos, pero tan noble como un mismísimo querubín. Siempre ha sido así, su corazón es admirable. Incluso hoy en día escuchamos sus historias ya conocidas por nosotros, nuevas y emocionantes para sus nietos, quienes están atentos a sus muecas y ademanes, porque para narrar, mi padre es todo un teatro.

Con su tono marcial nos llamaba a la terraza, subíamos despepitados preguntándonos entre sí ¿qué habríamos hecho? Ya sabíamos cómo pararnos ante él, nos veía muy serio y decía: “si los animales dan gracias a Dios por el día que está acabando (haciendo referencia al bullicio de las aves al atardecer), por qué nosotros no haríamos lo mismo” y orábamos juntos. Durante muchos años contemplamos el ocaso, la noche, las estrellas, alboradas, eclipses, cometas, etc. hasta que ya adolescentes y luego adultos, cada quien lo hacía a su modo.

Hay tardes que subo a la terraza y me agrada encontrármelo entre las plantas, sentado en su banco de madera viendo al sol ocultarse tras el Volcán de Agua. Me gusta contemplar su cabecita blanca, escucharle hablar con Dios o las flores y sorprenderlo con un abrazo. Aquel señor súper estricto, con los años se hizo cada vez más dulce y su ternura pareciese infinita. Tengo sus palabras en el corazón “mirá mija, sos afortunada de estar rodeada de esta maravillosa creación”. Sus ojitos se le llenan de lágrimas y sé que con cada puesta de sol ofrenda hermosos pensamientos al cielo.

Ha estrechado la mano de altos funcionarios y no se ufana de ello. Le han condecorado en varias ocasiones y nunca me permitió hacerle un medallero, tiene sus insignias guardas en un cofrecito de cedro que él mismo fabricó y labró. Recién recibió un reconocimiento por su trayectoria artística al cual asistieron antiguos amigos y compañeros suyos, familiares y mis hermanos con sus hijos. Al terminar el acto lo llevamos a cenar para festejar. Todos lo felicitaban y le preguntaban cómo se sentía, y él respondió: “estoy muy feliz, porque esta noche, después de tanto tiempo, ceno con la gente que amo”... Qué reconocimiento ni que ocho cuartos, siempre ha sido así, valorar las pequeñas grandes cosas de la vida.

Somos su presea más valiosa, y él, la nuestra.

© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Un gato
















Hay un gato escondido en mi habitación, dejó su rastro de estambre por la cama, el  suelo y el sillón. Ha de estar tras la cortina o la librera. Me inquieta su ronroneo, le presiento pero nada ¡no lo veo!

De seguro es un gato negro que con sus dos luceros amarillos fácil se confunde entre la noche y juega a cazar las estrellas que rondan la luna ¡ay, yo le quiero!

Rueda el estambre por la habitación y ni la sombra del felino.

¡Sal minino! no ves que de tanto velarte se me ha esfumado el sueño, ahora tengo hambre, pero si voy a la cocina seguro asomas y saltas al alféizar para irte fugitivo por las tejas.

Ya no te ocultes más, arrímate a mi vera, que esta noche eres mi huésped distinguido, tú y mi soledad.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

domingo, 7 de febrero de 2010

Un alto al Amor





En una bifurcación de la vida el iterativo ciclo de un semáforo controlado por la Prudencia marcó alto a un sentimiento que excedía, en su desbocada carrera, el máximo de velocidad permitido por los latidos del corazón consiguiendo en la premura sofocar a éste al punto casi de hacerlo colapsar.

Poco más y provoca un accidente al rebasar irreflexivamente a la Razón quien le gritó fuera precavido pero fue en vano pues no le prestó atención alguna.


Se acercó la Curiosidad y vio de reojo al sentimiento
-Yo te conozco, eres el Amor ¿hacia dónde vas con tal ímpetu?

-Voy tras mi Felicidad, está justo al final de esta calle.

-Yo desde acá veo una muralla infranqueable- dijo la Decepción posándose como buitre  sobre el semáforo.

¿No crees que deberías detenerte un momento y quizá ver hacia otro horizonte? No querrás terminar como nosotros, dijeron la Soledad  y el Olvido quienes pasaron botando frente a él enmarañados en una rodadora.

-Ustedes no entienden nada- dijo el Amor, no importa qué suceda conmigo, necesito sentirle entre mis brazos y respirar su dulce aroma pues sólo así podré sentirme vivo.

Una voz tajante intervino: ¡Vas a tu ruina! si sigues igual morirás, pues lo que persigues no es la felicidad si no una ilusión que cual hábil camaleón ha sabido confundirte guiándote a una laguna de Angustia donde seguramente esperará que te ahogues, dijo la Realidad.

La Confusión y el Dolor corrieron hipócritamente a consolar al Amor, logrando únicamente ahondar más su pena.

Con el cambio de luz al verde una dulce voz levantó el ánimo de aquel sentimiento.
-No decaigas, has experimentado vida al perseguir tu ilusión, ahora sabrás qué es lo que buscas, quizá le tengas frente a ti- dijo la Esperanza.

Ibas tan resuelto  a querer alcanzar tu Felicidad que no alzaste la vista para ver que ella volaba tras de ti montada sobre una mariposa blanca. Sólo procura dar un paso a la vez, habló la Paciencia.

El Amor esbozó una sonrisa y prosiguió su marcha ya no de frente por aquel camino, cruzó hacia la derecha, esperando que su Felicidad se pose en alguna flor y así juntos contemplar en silencio las puestas de sol.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
Valor educativo: Leer, analizar, comparar entre sentimiento, conocimiento y virtud.

martes, 2 de febrero de 2010

Un rescate sideral


Paolo trabaja en la plataforma espacial que instaló en su patio, justo al lado de la perrera de Bonita, su perrita. Su misión es construir una nave espacial que lo lleve de constelación a constelación en busca de Ágata, su estrella, la que hace ya un tiempo no ve desde su telescopio.

¿Es que acaso se perdió en un agujero negro? o peor aún ¿quizá un pirata galáctico la tomó para triturarla y conseguir polvo estelar? o tal vez un cometa la secuestró al paso… eran los cuestionamientos que Paolo se hacía.

Con afán inicia el ensamble de su cohete: una caja de cartón alargada la haría de nave, un viejo teclado de computadora y un tablero de damas chinas servirían para comandar la ruta de navegación, el timón de su antiguo triciclo guiaría el rumbo por el cosmos y una colorida veleta de papel ubicada en la parte baja de la nave sería el motor, que impulsado por el viento giraría a velocidad de escape.

Terminado su proyecto empacó alimentos para el largo viaje que le esperaba: dos emparedados de frijol, un pachón de naranjada, tres duraznos y chicles para masticar y proteger los tímpanos de la gravedad.

Se vistió con su traje espacial, que no era más que su impermeable blanco, su chumpa enguatada y unos guantes de jardinero. Caminó despacio hacia su aeronave con su casco bajo el brazo. Echó un último vistazo alrededor, acarició a su perrita, luego cubrió su cabeza con el casco y abordó su cohete.

Programó la trayectoria en su computadora, se cercioró que todas las luces del panel estuvieran encendidas e inició el conteo regresivo. En medio de remolinos de polvo su nave despegó y poco a poco se fue alejando de la Tierra. Hizo una estación en la Luna donde aprovechó para merendar, pues no había comido nada en horas. Cortó una buena tajada a la Luna y la agregó a su pan. Sentado en un cráter lunar contemplaba admirado su planeta. ¡Cuánto silencio y paz se respiraba allá arriba! De vez en vez una estrella fugaz pasaba silbando cerca, dejando una brillante estela de polvo por donde  Paolo jugaba a caminar guardando el equilibrio.

Continuó su viaje. Buscó a Ágata en constelaciones, nebulosas y entre los anillos de Saturno, batalló entre lluvia de meteoritos, escapó de un cometa que lo persiguió por un buen rato hasta que lo perdió luego de esconderse tras un planeta enano.

Agotado y muy triste por haber fracasado en su misión decidió retornar a la Tierra.  Las lágrimas nublaban su visión, nada en el espacio sideral lo animaba, por muy bello que fuera, nada se igualaba a Ágata con quien hace mucho entablaban largas conversaciones, él desde su habitación y  ella desde el espacio. Sólo su estrella conocía sus más profundos sueños ¿a dónde habrá ido? se preguntaba cabizbajo.

De pronto un centellar se le hizo familiar ¿será posible? se decía ansioso. Dirigió su nave a toda velocidad hacia una hermosa protoestrella, sus ojos cada vez se hacía más grandes por la emoción. Y entonces la vio, allí estaba tan bella como siempre, sola, en medio de una espesa nube molecular; la pobre se había perdido y no encontraba su galaxia.

Paolo abandonó la nave para salir al encuentro de su estrella, la sujetó con delicadeza y luego danzó con ella una dulce melodía. Amena fue la charla de regreso a casa. Ya situada en su antiguo lugar, Ágata despidió a su amigo con radiantes destellos y trémulos bailoteos.

El aterrizaje fue un éxito. Bonita lo esperaba con todo el protocolo debido: tumbarlo a la grama y llenarle la cara de baba.

Al correr la noche las cortinas del cielo, Paolo se dirigió a su habitación y enfocó su telescopio para ubicar a Ágata, sonrió al ver que ella le guiñaba al tiempo que parecía girar sobre uno de sus picos, como si bailara para él.



© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

Valor Educativo: Interesarse por el cosmos, aprender, imaginar, valorar la amistad.

lunes, 18 de enero de 2010

Luceritos

















-Decime mamita ¿por qué de noche hay tantas estrellas en el cielo?
-Eso es porque Dios da a cada niño una estrella propia al nacer.
-¡qué bien, tengo una estrella!
-¿Y los luceros mamá, a quién pertenecen?
-Verás cariño, esos nos pertenecen a las madres. Al momento que nace un niño, Dios crea un par de hermosos luceros chispeantes y coloridos, uno lo deja en el cielo y el otro lo envía a la Tierra. 
Yo tengo el mío justo ahora entre mis brazos.



© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

sábado, 9 de enero de 2010

El regalo de la sirena



Todas las tardes de junio, Alena la sirena, emergía del fondo del mar para contemplar el ocaso, pues en verano son mucho más bellos. Le gustaba ver cómo los delfines saltaban por encima del sol, mientras éste a paso lento, parecía sumergirse en la mar. 

Recostada sobre una piedra, con su cola chapoteando las olas, contaba historias de humanos a sus amigos peces, un par de gaviotas trenzaban su larga y hermosa cabellera adornándola con flores y madreselvas que llevaban de la isla cercana.

Un día, antes del crepúsculo se aproximó a la playa para observar sus alrededores, llegó hasta el muelle, desde allí vio las luces del pueblo y alcanzó a escuchar sus ruidos, le parecía fascinante la idea de tener contacto con ese mundo el cual era tan distinto al suyo. Suspiró un par de veces y al momento de volver al fondo del mar escuchó sollozos muy cerca, tan triste le pareció aquel lamento que decidió investigar su origen.

Vio una figura desaliñada caminando lento, en su semblante se dibujaba el dolor. Por instantes secaba las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Alena sintió estremecer su corazón y no pudo evitar acercarse a la orilla.

-¡un humano! exclamo para sí.
Se armó de valor y se dirigió a él:
-¿qué podría causarte tanto pesar al punto de hacerte llorar?

El humano, que era un joven aldeano, se sorprendió al saber que no estaba solo y más cuando vio a Alena, quien pensó sería alguna muchacha que nadaba a esas horas.

-Agradezco tu preocupación, pero estoy bien, puedes nadar tranquila.

-Tus lágrimas dicen lo contrario, no temas, me gustaría ser tu amiga, soy Alena.

El joven en un arranque nostálgico, confío en Alena.
-Me llamo Matías y cuentas con mi amistad también. Ven, sal del agua, haré una fogata para que conversemos.

Alena sintió confianza con Matías y le reveló el resto de su cuerpo.

-¡Vaya, una sirena! Me honras con tu compañía y puesto que has sido amable conmigo te diré lo que me sucede. Sufro porque mi corazón ha perdido la ilusión de amar, estoy tan triste que desearía sumergirme en el mar y no volver a tierra jamás.

La sirena le escuchaba afligida mientras sus ojos recorrían el rostro del joven, no tardó mucho en enamorase de él, nació en ella el deseo de aliviar la pena de Matías. Platicaron un buen rato y antes de partir, cantó para él unas melodías con su bella voz, luego se despidió pidiéndole volver a ese lugar al día siguiente a la misma hora.

Alena dio un salto hacia atrás y se zambulló en el mar. Nadó lo más rápido que pudo, fue a buscar a Maurena la hechicera, una morena que vivía al fondo de una grieta escondida tras algas y rocas, le pediría hiciera un conjuro para desaparecer la tristeza de Matías.

Maurena prometió a la sirena hacer el conjuro a cambio de su hermoso cabello, el que utilizaría para adornar la entrada de la gruta, y también su blanca y tersa piel con la que la hechicera se vestiría, entregando a Alena su arrugado y oscuro pellejo.

A la vez hizo una advertencia:
-Si ese hombre aparece, sabrás que podría romper tu corazón al despreciar tu apariencia y alejarse de ti, o podría tomarse el tiempo para descubrir la bondad de tu alma y vivir felices ambos. Todo depende de la nobleza de tu amado. Si no aparece luego del crepúsculo, morirás, y en tu lugar quedará una concha, pero el conjuro aún así, hará efecto, y la tristeza de Matías se habrá ido.

-Cruel es tu sentencia y mucho ha de ser el sacrificio, sin embargo, acepto, dijo Alena.

Maurena pronunció el conjuro, y al finalizar, un remolino azul envolvió a la sirena lanzándola de golpe fuera de la gruta, ya sin cabello y con la fea piel de la morena. Alena al verse, lloró amargamente. Al día siguiente, segura del corazón puro de Matías nadó hacia la playa.

Cada minuto se convertía en una helada gota de sudor que la angustia le provocaba. El sol inició su descenso en busca del abrigo del mar, pronto los delfines no saltaron más, las gaviotas buscaron su nido y las sombras iban cayendo sobre el pueblo.

Alena con los ojos cansados de buscar a su amado y con el corazón destrozado se posó sobre un tronco roído a la orilla de la playa, y con el último suspiro del sol, murió, quedando en su lugar una hermosa concha nácar, justo como la hechicera había dicho.

Matías apareció minutos después. Pasado un tiempo llamó varias veces a Alena dirigiendo sus gritos al mar, sin obtener respuesta alguna. Una marcada tristeza se apoderó de su corazón y quiso sentarse un momento; lo hizo en aquel tronco donde la sirena había perecido. Se percató de la hermosa concha, la tomó entre sus manos y ésta se abrió, justo en ese momento una cálida brisa lo envolvió y escuchó a lo lejos una dulce melodía en voz de Alena, reconoció el brillo de sus ojos en la hermosa perla y comprendió el sacrificio de amor que ella hizo, devolviéndole con ello la ilusión y las ganas de vivir.



© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
Valor educativo: Amor, Bondad, Imaginar, Soñar.