Paolo trabaja en la plataforma espacial que instaló en su patio, justo al lado de la perrera de Bonita, su perrita. Su misión es construir una nave espacial que lo lleve de constelación a constelación en busca de Ágata, su estrella, la que hace ya un tiempo no ve desde su telescopio.
¿Es que acaso se perdió en un agujero negro? o peor aún ¿quizá un pirata galáctico la tomó para triturarla y conseguir polvo estelar? o tal vez un cometa la secuestró al paso… eran los cuestionamientos que Paolo se hacía.
¿Es que acaso se perdió en un agujero negro? o peor aún ¿quizá un pirata galáctico la tomó para triturarla y conseguir polvo estelar? o tal vez un cometa la secuestró al paso… eran los cuestionamientos que Paolo se hacía.
Con afán inicia el ensamble de su cohete: una caja de cartón alargada la haría de nave, un viejo teclado de computadora y un tablero de damas chinas servirían para comandar la ruta de navegación, el timón de su antiguo triciclo guiaría el rumbo por el cosmos y una colorida veleta de papel ubicada en la parte baja de la nave sería el motor, que impulsado por el viento giraría a velocidad de escape.
Terminado su proyecto empacó alimentos para el largo viaje que le esperaba: dos emparedados de frijol, un pachón de naranjada, tres duraznos y chicles para masticar y proteger los tímpanos de la gravedad.
Se vistió con su traje espacial, que no era más que su impermeable blanco, su chumpa enguatada y unos guantes de jardinero. Caminó despacio hacia su aeronave con su casco bajo el brazo. Echó un último vistazo alrededor, acarició a su perrita, luego cubrió su cabeza con el casco y abordó su cohete.
Programó la trayectoria en su computadora, se cercioró que todas las luces del panel estuvieran encendidas e inició el conteo regresivo. En medio de remolinos de polvo su nave despegó y poco a poco se fue alejando de la Tierra. Hizo una estación en la Luna donde aprovechó para merendar, pues no había comido nada en horas. Cortó una buena tajada a la Luna y la agregó a su pan. Sentado en un cráter lunar contemplaba admirado su planeta. ¡Cuánto silencio y paz se respiraba allá arriba! De vez en vez una estrella fugaz pasaba silbando cerca, dejando una brillante estela de polvo por donde Paolo jugaba a caminar guardando el equilibrio.
Continuó su viaje. Buscó a Ágata en constelaciones, nebulosas y entre los anillos de Saturno, batalló entre lluvia de meteoritos, escapó de un cometa que lo persiguió por un buen rato hasta que lo perdió luego de esconderse tras un planeta enano.
Agotado y muy triste por haber fracasado en su misión decidió retornar a la Tierra. Las lágrimas nublaban su visión, nada en el espacio sideral lo animaba, por muy bello que fuera, nada se igualaba a Ágata con quien hace mucho entablaban largas conversaciones, él desde su habitación y ella desde el espacio. Sólo su estrella conocía sus más profundos sueños ¿a dónde habrá ido? se preguntaba cabizbajo.
De pronto un centellar se le hizo familiar ¿será posible? se decía ansioso. Dirigió su nave a toda velocidad hacia una hermosa protoestrella, sus ojos cada vez se hacía más grandes por la emoción. Y entonces la vio, allí estaba tan bella como siempre, sola, en medio de una espesa nube molecular; la pobre se había perdido y no encontraba su galaxia.
Paolo abandonó la nave para salir al encuentro de su estrella, la sujetó con delicadeza y luego danzó con ella una dulce melodía. Amena fue la charla de regreso a casa. Ya situada en su antiguo lugar, Ágata despidió a su amigo con radiantes destellos y trémulos bailoteos.
El aterrizaje fue un éxito. Bonita lo esperaba con todo el protocolo debido: tumbarlo a la grama y llenarle la cara de baba.
Al correr la noche las cortinas del cielo, Paolo se dirigió a su habitación y enfocó su telescopio para ubicar a Ágata, sonrió al ver que ella le guiñaba al tiempo que parecía girar sobre uno de sus picos, como si bailara para él.
© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
Valor Educativo: Interesarse por el cosmos, aprender, imaginar, valorar la amistad.