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viernes, 25 de febrero de 2011

El abuelo

Sale siempre todas las tardes a eso de las 13:35 horas. Viste un traje gris bastante desgastado, un sombrero negro estilo fedora -el cual pareciera lleva con él casi toda su vida- y un bastón de madera en el que apoya su escuálida existencia.

A paso lento se dirige hacia el mismo parque y se sienta en la misma banca que da frente al estanque de peces koi, y desde ahí, en silencio, ve pasar la vida. Lleva ya varios años descansando en aquella dura banca a la que cada vez le cuesta más trabajo llegar, y eso que vive justo al otro lado de la calle.

Si alguien pasa cerca, levanta su sombrero en gesto de educación, pero pocos responden su saludo. Entonces enfurecido dice: "¡Ah, malaya los tiempos los de Ubico! No cabe duda que la educación se perdió cuando el hombre dejó de usar sombrero". Las personas lo miran raro, mas él no se inmuta, sigue con la vista perdida en la nada, quizá evocando algún pasaje de sus años mozos. Le gusta la paz que respira bajo el arrullo del pino, y la tierna caricia del sol en su rostro.

Más tarde empieza a poblarse el parque y sus alrededores. Llegan los niños con el alboroto de sus juegos y gritos, mamás con sus bebés en carruajes, adolescentes en patinetas, ciclistas, deportistas, heladeros, lustradores de calzado, voceadores del periódico y una que otra pareja de enamorados. Aquel lugar se llena de un incesante bullicio.

Al paso del tiempo, el ocaso raya el horizonte y la luz se va desvaneciendo en la tarde. Las sombras surgen bajo las raíces de los árboles y pronto hasta las rocas enmudecen. Uno a uno se alejan todos de aquel parque. Es entonces cuando llega el vehículo con ruedas de metal manejado por una mujer de blancas vestiduras a trasladar al abuelo a ese sitio al que él llama “la fosa de la indiferencia”.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Lita, la milpita

Allá por el altiplano occidental de Guatemala, vivían en una casita de lepa y tejas de barro, Timo y su familia. Todos los días, antes de que el sol amaneciera sobre las parcelas de Timo, éste ya estaba abonando sus siembras y haciendo nuevos surcos con la ayuda de su arado, el cual es tirado por un viejo pero manso buey. Va dejando tres semillitas de maíz en cada agujero que hiende en el suelo. Atrás de Timo va Memo, su hijo, quien utiliza su pie a modo de pala para cubrir con tierra las semillas de maíz. Memo trabaja con su padre por las mañanas y en las tardes asiste a la escuela primaria.

Mientras, en la humilde vivienda, María, la esposa de Timo, junta leña para hacer el fuego y poder cocinar el desayuno. Lupita de ocho años de edad es toda una mujercita, hacendosa y obediente. Ella ayuda a su madre con las labores de la casa. Se levanta muy temprano para recoger los huevos del gallinero y alimentar a los animalitos. Pone la mesa y muy animada sale a buscar a su padre y hermano para que vayan a comer todos juntos. Después de los oficios del hogar y el campo, los niños terminan sus tareas escolares y tienen tiempo suficiente para jugar entre los sembrados.

Cada día emocionados contemplan cómo crecen las matitas, y tanto ellos como sus padres tienen todas las esperanzas puestas en esa cosecha. Meses después están las milpas muy altas, casi listas para ser cosechadas. Entre las plantas murmuran su descontento por estar sembradas y de pie tanto tiempo sólo para luego ser devoradas por las personas. Lita, una de las milpitas, es la más optimista y anima a sus hermanas a crecer lo más que puedan. Les hace ver que son importantes en la existencia de esas personas y de la vida misma y que no hay nada más emocionante que cumplir a cabalidad con la misión que tienen destinada.

Lamentablemente ese año el invierno se adelantó y pronto se sintieron los fuertes vientos del norte. Lita pedía a sus hermanas aferrar sus raíces a la tierra para que los vientos no las doblegasen. Sucedió entonces que las lluvias empezaron a caer prematuramente copando los ríos y lagunas de la comunidad. Rápido las aguas se salieron de su cauce arrasando cuanto sembradío encontraran a su paso. Lita veía como una a una las otras milpas se desprendían del suelo y se iban flotando sobre el río. Recordaba las sonrisas de los niños cuando jugaban a su alrededor, la alegría con que éstos esperaban la gran cosecha. Todo esto hizo que Lita tuviera la suficiente fuerza para no dejarse arrastrar por el agua. Timo hizo lo posible por proteger sus plantaciones, sin embargo fue en vano.

Luego de tres días de lluvia el sol al fin asomó tras las montañas. Con una pena abismal en el corazón se dieron cuenta de la gravedad de su situación al recorrer en silencio aquel devastado lugar que ahora sólo era lodo y charcos de agua sucia.

Cuál sería su sorpresa que al llegar al maizal vieron una milpa casi inclinada sobre el lodazal. Era Lita, quien fatigada por su esfuerzo de sobrevivir, resguardaba con sus hojas todas las mazorcas asidas a su tallo. Todos corrieron y vieron que se había salvado, que había permanecido con sus raíces fijas en lo profundo de la tierra, y supieron entonces, que no todo estaba perdido.

Los granos de Lita sirvieron para reconstruir el maizal, y fue tan grande la abundancia de su fruto que la cosecha duró hasta el año siguiente.

© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
Ilustración de Paula Mazariegos.

domingo, 7 de febrero de 2010

Un alto al Amor





En una bifurcación de la vida el iterativo ciclo de un semáforo controlado por la Prudencia marcó alto a un sentimiento que excedía, en su desbocada carrera, el máximo de velocidad permitido por los latidos del corazón consiguiendo en la premura sofocar a éste al punto casi de hacerlo colapsar.

Poco más y provoca un accidente al rebasar irreflexivamente a la Razón quien le gritó fuera precavido pero fue en vano pues no le prestó atención alguna.


Se acercó la Curiosidad y vio de reojo al sentimiento
-Yo te conozco, eres el Amor ¿hacia dónde vas con tal ímpetu?

-Voy tras mi Felicidad, está justo al final de esta calle.

-Yo desde acá veo una muralla infranqueable- dijo la Decepción posándose como buitre  sobre el semáforo.

¿No crees que deberías detenerte un momento y quizá ver hacia otro horizonte? No querrás terminar como nosotros, dijeron la Soledad  y el Olvido quienes pasaron botando frente a él enmarañados en una rodadora.

-Ustedes no entienden nada- dijo el Amor, no importa qué suceda conmigo, necesito sentirle entre mis brazos y respirar su dulce aroma pues sólo así podré sentirme vivo.

Una voz tajante intervino: ¡Vas a tu ruina! si sigues igual morirás, pues lo que persigues no es la felicidad si no una ilusión que cual hábil camaleón ha sabido confundirte guiándote a una laguna de Angustia donde seguramente esperará que te ahogues, dijo la Realidad.

La Confusión y el Dolor corrieron hipócritamente a consolar al Amor, logrando únicamente ahondar más su pena.

Con el cambio de luz al verde una dulce voz levantó el ánimo de aquel sentimiento.
-No decaigas, has experimentado vida al perseguir tu ilusión, ahora sabrás qué es lo que buscas, quizá le tengas frente a ti- dijo la Esperanza.

Ibas tan resuelto  a querer alcanzar tu Felicidad que no alzaste la vista para ver que ella volaba tras de ti montada sobre una mariposa blanca. Sólo procura dar un paso a la vez, habló la Paciencia.

El Amor esbozó una sonrisa y prosiguió su marcha ya no de frente por aquel camino, cruzó hacia la derecha, esperando que su Felicidad se pose en alguna flor y así juntos contemplar en silencio las puestas de sol.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
Valor educativo: Leer, analizar, comparar entre sentimiento, conocimiento y virtud.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El jardín de Tata

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Un día el padre de Tata decidió remozar su jardín. Botas de hule, guantes amarillos, cachucha para el sol, pala, tijeras, regadera y semillas ¡todo listo para empezar!
Tata curiosa le observa.
-¿Queres ayudarme, Tata?-
-¡Seguro que si papá!-
-Veni entonces, aprovechemos los rayos del sol para hacer una buena siembra- dijo el padre.
Vaciaron algunas macetas; a Tata le parecía fascinante la idea de jugar haciendo caminitos y montañas de tierra.
De lo más entretenida estaba cuando de pronto gritó muy asustada.
-¿Qué sucede?- preguntó sobresaltado su papá
-Se me ha subido un animal al brazo ¡quitámelo¡ ¡quitámelo!
Sonriendo el padre le dice -¡anda! no tenés que temer, es sólo una lombriz que ha querido jugar con vos, es inofensiva.
-Seguro está molesta porque le tumbamos todo- dijo Tata.
-No lo creo hija, ella sabe que le pondremos más guapa su casita.  Mientras terminamos de trabajar vamos a dejarla aquí al pie del guayabal-.
Pasaron toda la mañana en el jardín removiendo tierra y reubicando macetas. Tata ayudó a su padre a sembrar semillas de flores y hierbas aromáticas. De vez en vez se distraía con alguna mariposa que volaba mansamente por ahí.
Ambos estuvieron de acuerdo con el nuevo diseño del jardín.
-¡Ha quedado hermoso papá! Ahora vamos a comer que muero de hambre-.
-Me parece que olvidas algo muy importante, Tata-
La niñita extrañada ve a su alrededor y no entiende qué es lo que pudo haber dejado de lado. -Dime papá ¿qué es eso tan importante que he olvidado?-
-¡Pues regar las plantas! que sin agua no crecerán las semillas que has sembrado, así que ve por tu regadera y rocíales del vital líquido-
Tata feliz corre por su regadera. Humedece cada plantita del jardín, parte del agua cae en la maceta y el resto en sus botitas rojas.
-Ya verás cómo crecerán tus flores- le dice su padre.
Con el tiempo Tata ve su jardín florecido ¡cómo han crecido sus plantas! De la mano de su padre hacen un recorrido por el lugar. Con sorpresa ve sus flores, todas de pintorescos colores, pero le impresiona ver la cantidad de bichitos que hay entre ellas.
-¡Mirá papá! ¿qué hacen todos esos animalitos en nuestras flores? ¡es que acaso se las comerán!-
Tras una carcajada el padre le explica: no mi niña, lo que ves es un ecosistema que le has facilitado a esos bichitos con las plantas que sembraste, no provocarán daño alguno, al contrario, harán que el jardín se vea más bonito. Es más, por las noches las hadas cuidarán de el.
¿¡Hadas!? exclamó Tata.
-¡Claro! ¿quién crees que coloca gotitas de rocío sobre las telarañas cada madrugada?- dijo su padre.
No sólo las flores eran encantadoras en aquel lugar, lo eran también los colibríes, tortolitas, abejas, grillos, caracolitos, libélulas y luciérnagas que se ponían muy felices cada que Tata entraba a jugar a su jardín. Ella aprende de la vida y se recrea con sus bondades y maravillas.
© Lissette Flores López Derechos Reservados.