María, Keyla y Daniel se unieron a un programa de reforestación que su comuna inició días atrás. Están muy emocionados pues cada fin de semana se dirigen al barranco más próximo de su comunidad y junto a otros niños y jóvenes, además de recrearse, contribuyen a evitar la erosión del suelo y preservar los pulmones de su ciudad.
Los tres niños se esfuerzan por hacer su mejor trabajo. Con amor y entusiasmo limpian los alrededores, encalan piedras y siembran diversidad de árboles.
La buena Madre Naturaleza agradecida con ellos, se regocija al verles. Como premio a su madura conciencia social, dispuso abrir un portal mágico ubicado en una gruta al pie de la montaña.
María fue quien se percató de unos suaves destellos de colores que provenían colina abajo, les comentó a sus amigos, quienes curiosos, decidieron ir a investigar la causa de las lucecitas.
Saltando piedras y troncos carcomidos, llegaron al frente de la gruta. A simple vista no era más que una pared cubierta de hiedra y musgo, por donde goteaban cristalinas gotitas de agua nacida de la montaña. A punto estuvieron de retornar, cuando una suave brisa separo la cortina de hiedra por la mitad, dejando la entrada a la vista de los niños.
Pudo más la curiosidad, que el temor en ellos. No necesitaron de linternas para alumbrar el camino, pues las paredes de la gruta tenían trocitos de jade incrustado, éstos recibían la luz de las pozas de agua, reflectándose hermosamente de suelo a pared, creando con ello un espectáculo de colores.
Poco caminaron cuando vieron a lo lejos la salida. Conforme se acercaban, un agradable sonido a cascada les abrazaba, al igual que un exquisito aroma a manzana, canela y miel que emanaba de aquel lugar.
Cruzaron el portal que los llevaría a un mágico mundo de fantasías, habitado por hadas, elfos y unicornios y cuánto bello animalito creado por la Naturaleza existe. Ante el asombro de los niños, un grupo de hadas llegó volando y les dio la bienvenida, colocándoles tiaras sobre la cabeza, elaboradas con orquídeas, laurel y tortolitas.
María, Keyla y Daniel recreaban su vista en el precioso cielo azul y en las enormes montañas colmadas de árboles, así como en verdes praderas cubiertas de flores, donde cientos de abejas recolectaban polen para elaborar miel. Por doquier deambulaban mariposas, palomas y picaflores, conejos y ardillas, cisnes, gansos y ranitas, todos conviviendo en armonía.
Pasaron horas recostados bajo una enorme ceiba, escuchando increíbles historias de duendes. Comieron dátiles y frutillas dulces y bebieron fresca agua de manantial.
Al caer la tarde, los seres fantásticos agradecieron a los niños por ayudar a preservar su mundo y por amar la Natura. Los encaminaron un tramo adentro de la gruta y les despidieron con efusión.
Preocupados por el tiempo, los niños salieron corriendo pensando que los demás los habían olvidado. Para su sorpresa, encontraron al grupo trabajando aún. Las horas que pasaron en el mundo de fantasía, no habían sido más que veinte minutos aquí. Se vieron unos a otros con un dejo de confusión. Sonrieron y se abrazaron. Prometieron inmortalizar ese día en su memoria, respetar y cuidar siempre la Naturaleza e instar a sus compañeros y amigos para luchar por un mundo sin contaminación, donde reine la belleza de la creación.
© Lissette Flores López. Derechos reservados
Valor educativo: Conciencia Social. Amor por la Naturaleza. Soñar. Imaginar.