viernes, 14 de enero de 2011

Un regalo del corazón

 
Existe en los alrededores de la laguna de un volcán, una pequeña comunidad habitada en su mayoría por hadas. Pequeños seres alados -cual luciérnagas- que protegen ese hermoso recurso natural.

Se dice que en noches de luna llena danzan un ritual de amor hasta el amanecer, y que el espectáculo de luces sobre las aguas esmeralda de la laguna es impresionante. Cuentan también, que el batir de sus pequeñas alas origina una melodía muy apacible, de dulce tonada, capaz de adormitar a las mismas estrellas del firmamento.

Resulta pues, que una de las hadas no participaba en aquel baile. Era un tanto orgullosa y rechazaba a toda hada macho que la cortejaba. Pero pese a su actitud altiva, la pequeña hada deseaba un compañero, pues ver a sus semejantes enamorados la hacía sentir muy sola.

Un día, sus amigas decidieron ayudarla y el hadita estuvo de acuerdo. Claro, que siendo orgullosa como era, marcó ella misma las reglas de juego. Decidió que todo aquel que quisiera conquistarla debería obsequiarle el regalo más maravilloso nunca antes visto en el mundo de las hadas. Tendría que ser ¡magnífico! así el hada macho demostraría con ello la sinceridad de su amor.

Llegó el día en que los pretendientes llevaron los regalos al hada para optar un lugar en su corazón. Habría que ver las maravillas de obsequios que desfilaban ante ella: esferas de cristal con polvo de luna azul en su interior, tiaras con cristales preciosos, sedas de oro, perfumes con aroma a jardines macerados… y tantos otros más, todos de gran belleza.

Pero en medio de tanto esplendor, apareció una piedra, tosca, gris y sin brillo, estaba envuelta en un pedazo de papel en el que se podía leer: “Hadita mía, esta piedra representa el más valioso regalo que puedo entregarte. Incluye lo más sincero que hay en mí y, aunque aún no es tuyo, sé que cuando lo descubras te llenará de ternura como ningún otro podrá jamás.” La pequeña hada quedó sorprendida y atrapada por aquellas palabras. Sin quererlo se enamoró de su misterioso extraño.

Siempre llevaba consigo la piedra con la esperanza de encontrar a su amado.
Durante meses le buscó sin tener éxito alguno.

Una noche, desanimada y con lágrimas rodando por sus mejillas, lanzó la piedra al fuego junto con su ilusión. Veía fijamente como aquel objeto sin brillo era abrazado por las llamas. Con asombro notó que la piedra se desmoronaba cual arena, y de aquello burdo surgía una exquisita figura de oro.

En ese momento, de entre la maleza apareció aquel que tanto la había impresionado con su singular presente y sus palabras.

Tomándola entre sus brazos le dijo:
- El regalo más valioso y sincero que puedo darte está en mi corazón, y ahora te pertenece.

El hada comprendió que lo material es falso y vacío, que no significa nada ante el verdadero amor. Que lo que realmente importa es lo bueno y puro que hay en el interior de cada ser.


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.

lunes, 10 de enero de 2011

Alux, el duende bonachón


Rondaba los bosques nubosos de Guatemala un duendecillo llamado Alux.  Era pequeñito como una mariposa, pero tenía el corazón más grande que el coloso volcán que lo cobijaba bajo sus faldas.

Durante el día Alux exploraba senderos y barrancos en busca de animalitos en peligro para ir a su rescate. Podaba helechos y orquídeas para librarlos de bichos y hongos y así las plantitas permanecieran hermosas adornado la floresta. Por las tardes hacía apacibles siestas en su camita de heno y por las noches salía a recolectar frutos del bosque, los que acondicionaba en su carretilla de madera para luego repartirlos entre las familias más pobres de la aldea cercana.

Las buenas hadas al ver la noble actitud del duendecillo decidieron otorgarle un obsequio. Dicho regalo consistía en tres semillas mágicas. Alux las sembró en el patio trasero de su seta. Con el tiempo retoñó un naranjo, pero no era cualquier naranjo, era uno singular, tan pequeño como Alux. El aroma de sus diminutos azahares arrastrados por el viento inundaba todo el valle, y sus frutos tenían una peculiaridad: proviniendo de un árbol mágico sus naranjas lo eran también. Pero Alux no lo supo hasta el día en que cortó una de las naranjas para comerla y grande sería su sorpresa al colocarla sobre la mesa y ver que ésta se convertía en un exquisito banquete.

Entonces tuvo una magnífica idea: sembró todas las semillas que dio el naranjo en esa cosecha. Con los meses reunió cientos de árboles mágicos. Y desde entonces, cada noche, en vez de repartir vegetales, deja en las puertas de las chozas una naranja mágica con la ilusión de que los aldeanos disfruten del agasajo y que a más de alguno se le ocurra plantar las semillas.

Puede ocurrir que una noche de estas, Alux, deje una naranja mágica en tu puerta. 


© Lissette Flores López. Derechos Reservados.
Ilustración de Paula Mazariegos.